martes, 2 de diciembre de 2025

No somos nadie: Una historia de amor (y desastre)

Ay, el amor. Ese espejismo que nos hace creer, por un instante fugaz y patético, que somos alguien. ¡Qué bonita mentira! El romanticismo es cinismo disfrazado de poesía, una broma pesada del destino que nuestras abuelas ya entendían, sabían que el amor es, en esencia, la prueba definitiva de que no somos nadie, solo dos náufragos aferrándose a la misma tabla podrida, sobreviviendo.

Ellas, con su sabiduría forjada a base de desengaños y cocidos a fuego lento, nunca compraron la idea de príncipes azules ni finales felices. Observaban la tragicomedia humana y sentenciaban: "Donde hubo fuego, cenizas quedan", un recordatorio de que todo ardor pasional termina en un suspiro. Pero claro, somos tercos. Nos empeñamos en buscar nuestra media naranja.

El amor es esa montaña rusa que te hace sentir invencible, hasta que te das de bruces con la realidad y te das cuenta de que la vida sigue siendo esa "lentejas, si quieres comes y si no, las dejas" que te servían de pequeño. Te rompen el corazón y esperas que el universo se detenga, pero el sol sigue saliendo sin sentirse culpable por ello.

La grandeza del amor reside, paradójicamente, en su total insignificancia. Tú y yo somos dos motas de polvo compartiendo un breve y glorioso pestañeo en la eternidad. "Nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde", pero seamos honestos, en cuanto lo pierdes, la vida sigue. El amor te hace creer que eres el centro del universo de otra persona, pero es una burbuja que explota inevitablemente. El "para siempre" es un chiste.

Así que enamórate. Ríe, llora, escribe poemas cursis y sueña que esta vez será diferente. Pero no olvides la lección fundamental de la abuela, esa que te libera de la presión de la trascendencia: "No somos nadie". Y en ese vacío existencial, que dos "nadies" decidan compartir su miseria es, quizás, la cosa más romántica y estúpidamente valiente que podemos hacer.

Ahora creo que es hora de unas lentejas, de comerlas, aclaro, porque otro de mis defectos es que no me gusta cocinar.

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