Me rindo a ese instante en el que me buscas,
cuando el mundo se vuelve un murmullo lejano
y solo queda el puente invencible de tus ojos.
No hacen falta palabras,
me basta ese lenguaje eléctrico de tus pupilas,
ese rincón privado donde me lees el alma
sin que yo tenga que pronunciar ni un solo miedo.
Es un roce que no necesita contacto,
una confesión muda que atraviesa la distancia
y me dice que me habitas,
que en mitad del barullo siempre serás calma.
Esa mirada tuya es mi único refugio,
el idioma pequeño donde todo encaja,
donde me sé tuya
porque, sin ambages, me sostienes la vida.
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