Convengamos, a media voz y sin excusas,
que somos dos piezas de distintos rompecabezas
tratando de encajar a golpes.
Tú no me convienes,
y yo soy ese incendio en el que no quieres arder.
Pongámonos de acuerdo en este simulacro,
vamos a desaprender el camino de nuestras manos,
a ignorar que mi espalda todavía guarda
el mapa exacto de tus dedos.
Olvidemos, por pura salud o por orgullo,
aquella violenta dulzura
de haber tenido tu cuerpo dentro de mi cuerpo.
Esa invasión consentida,
ese pulso compartido que hoy nos sabe a deuda.
Acordemos que no pasó,
que la cama está fría y el espejo está limpio.
Que si nos cruzamos, seremos solo dos extraños
que cometieron el error de conocerse por dentro
antes de saber quiénes eran por fuera.
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