jueves, 18 de diciembre de 2025

El hueco que dejas

A veces camino con una inercia extraña, como si de repente hubieran quitado el suelo bajo mis pies. No es una herida abierta, sino más bien como vivir en una casa donde falta una viga maestra donde todo sigue en pie, pero hay un crujido constante, una sensación de que el techo pesa mucho más que antes.

Te busco en los gestos que ahora repito. Me miro las manos y reconozco una forma de moverlas que no es mía, es una herencia silenciosa que se me quedó pegada a la piel. Me escucho decir alguna frase y me quedo quieta un segundo porque, por mi boca, ha hablado alguien que ya no camina a mi lado.

Extraño esa sensación de que el mundo estaba en orden simplemente porque tú estabas en él. No hacía falta hablar de cosas profundas; bastaba con el ruido de fondo de tu máquina de escribir, tu manera de andar por el pasillo o la seguridad con la que tomabas las decisiones más pequeñas. Eras el lugar donde las dudas se calmaban, el testigo de mis errores que nunca juzgaba demasiado fuerte.

Ahora, cuando la vida se pone difícil, hay un reflejo instintivo de mirar hacia atrás buscando esa mirada que me confirmaba que todo saldría bien. Y el vacío que encuentro es tan frío... Me falta ese hilo invisible que me unía a mis raíces, esa voz que, aunque no dijera mucho, lo decía todo.

Sigo guardando tus consejos como si fueran amuletos, aunque ya no pueda preguntarte si los estoy aplicando bien. Me pregunto qué dirías de este desorden, de este camino que intento trazar sin tu brújula.

Me he quedado con tus silencios, con tus consejos, con tus “ay mi niña” e intento ser lo suficientemente fuerte para que, si pudieras verme, sintieras que no hiciste un mal trabajo. Te echo de menos en la base de todo lo que soy, en el origen de cada paso que doy, en ese eco que nunca termina de apagarse.

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