sábado, 6 de diciembre de 2025

La belleza de un trazado incompleto

Habito un territorio donde mi cuerpo tiene zonas en blanco, regiones donde el impulso se desvanece en silencio.

Soy una criatura de las profundidades, adaptada a la ingravidez del azul eterno, pero varada en la rigidez de la tierra firme. Mi verdadera forma, la de la sirena, solo existe en la quietud de la noche, cuando el peso del mundo se diluye y no hay exigencia de verticalidad.

Cada amanecer, instalo el andamiaje, el acero y el cuero; son las coordenadas necesarias para mi geografía diaria en este mundo bípedo. Mis piernas son ríos secos; el caudal de la fuerza se perdió corriente arriba y ahora solo queda el cauce que requiere del metal como único timón.

Me muevo entre figuras fluidas que son como agua corriendo sin esfuerzo por un canal natural. Yo soy el témpano de hielo, que avanza con un propósito, pero con una fricción visible, con un crujido metálico que rompe el silencio de la naturalidad.

La vida es una danza a la que asisto, pero solo puedo ejecutar pasos premeditados, una coreografía ensayada que carece de la espontaneidad del giro y el salto. La belleza no reside en la gracia del movimiento, sino en el hecho obstinado de que este persiste.

Al final del día, la sirena vuelve a sus dominios silenciosos, vulnerable, en reposo. No hay moraleja en la historia, solo la descripción de un trazado incompleto que, sin embargo, me permite redescubrir la ruta, familiar e íntima, de mi insumisión cotidiana.

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