La tercera prueba de Yao (y II)

febrero 20, 2009 minerva 2 Comments

Subió las escaleras, descalza, al entrar en la sala la observó para acomodar su vista a la penumbra. Encontró una vela en el suelo que debía encender y acercar a la única ventana existente y cojines esparcidos en aparente desorden. En silencio, como siempre, acomodó la estancia y se tumbó entre ellos, la espalda al aire, esperando. No escuchó cuando las manos del príncipe se posaron en su espalda ni tampoco el ruido de las cadenas que ataron sus muñecas y tobillos dejando desvalida su intimidad. Una gruesa polea la elevó tal como estaba suspendiéndola en el aire a la vez que gotas de cera comenzaron a caer con destreza, rojas, negras, cubriendo su cuerpo, enrojeciendo su piel, cada vez mas cerca, cada vez mas dolorosas hasta formar una gruesa capa, como un molde, que la inmovilizó totalmente. Fue solo un instante, un chasquido seco y rápido inundó la estancia rompiendo la figura en pequeños pedazos de colores. Yao deseó gritar con todas sus fuerzas pero ningún sonido salió por sus labios. Sin tiempo a reacción, algo metálico se introdujo en ella hurgando sin piedad, cortando su respiración, humedeciendo su sexo, arrancando sus gemidos. Mientras, los latigazos continuaban, con una curiosa armonía, en intervalos cada vez mas cortos. Dolor y placer, mezcla de sentidos, pasiones, deseos. Cuando el último pedazo de cera se desprendió de su piel, cesó la fusta, volvió el silencio brevemente para dejarse llevar, con alivio, por las manos del príncipe, que la depositó entre los cojines y llenó su espalda de mas aceite, ésta vez frío, casi helado que agradecía su cuerpo extenuado. No obstante, el objeto metálico seguía en dentro de Yao, El lo movía de tanto en tanto y comprobaba su excitación puesto que así la deseaba, ardiente.
Con el masaje Yao cerró de nuevo los ojos para permitirse el disfrutarlo y no se dio cuenta que El había desaparecido, que estaba sola, de nuevo con su kimono puesto, no había cadenas, ni cojines, no estaba el metal disponiendo de su cuerpo, ni la vela en la ventana. Había una mas grande, azul, que iluminaba la siguiente puerta que debería cruzar, la última de ésta prueba, la de la campana. Ante ella, otra pintura fresca, que representaba a Yao delante de un espejo, deformada y triste. Se sobrecogió al ver esa imagen, tuvo miedo pero no podía deshacer el camino. Siguió adelante.
Al llegar a la cúspide, el aire helado caló sus huesos, se trataba de un pequeño torreón coronado por una bella campana plateada labrada. El no estaba, tan solo otra carta en la que le explicaba que debería reflejar su cuerpo en ella, verse desnuda, contemplar con paciencia cada poro de su piel. En un acto de vanidad, le pareció la mas sencilla de las pruebas. Se dirigió hacia ella, la ropa cayó a sus pies y se enfrentó a una visión que jamás pensó. Ante Yao apareció una anciana demacrada y seca, de ojos vivos pero tristes, de pelo completamente blanco y manos huesudas que intentaban, a la vez que ella, cubrir su cuerpo con pudor. La geisha bajó la vista con horror, tambaleándose, se apoyó en la pared, estaba mareada, y comenzó a llorar como nunca antes lo había hecho, ni en los peores tormentos que en su vida había pasado.
En ese momento Harimoto entró, dirigiéndose a la campana, la cubrió con una gruesa tela, avanzó hasta Yao y tomándola entre sus brazos, salieron de la torre cruzando el jardín. No hubo palabras, esa noche de nuevo reposaría en la alcoba, sola con sus pensamientos.

2 Miradas al Sur:

DaryusDY dijo...

Palpito por las ascendentes escaleras, frias, guiado por una llama, nimia, incombustible. Besillos

minerva dijo...

Gracias Daryus por sus palabras y un saludo.