En un mar de rayos catódicos intenté pescar, sentado cómodamente en la arena de una isla y de una costa artificial. La carnada fue tirada al fondo de unos revoltijos de pirañas enloquecidas. Le dicen sala de Chat. Una definición que suena al chasquido del látigo. Como si en un ir y venir se olfateara la huella del dolor. La marca en el aire. En ese lugar imaginario las ventanas no dan a ninguna parte. Son habitaciones sin aire. Todos los que allí habitan se mueven sofocantes, enloquecidos. Intentan atrapar la existencia como huérfanos de identidad.
Llegó otro invitado a la fiesta. Esta presa es compartida, dicen todos al unísono, ataquémosla, todos a ella o a él según el caso. Los hombres son mayoría, por lo tanto la oferta es buena y las mujeres pueden hacer negocio. Pero los productos que salen bajo la modalidad de oferta casi siempre carecen de calidad. Es parte de la lógica económica. Calidad y cantidad nunca van de la mano. Lo barato es caro en los tiempos que corren.
Pero antes hay que presentarse. Las buenas costumbres son así. Hola, hola a todos, como están todos, todos nadies contestan en concordancia, al igual que lo hace el otro recién llegado. Aparecen y desaparecen. Ha entrado a la sala, se ha ido de la sala, nos notifica un alguien más invisible que nosotros mismos. Un maleducado en éste caso. Convierte así, al que gozaba de colores a elección, en un ser reducido a letras en tonos de gris. Es el encargado de ordenar a los noveles escritores. No lo hace por la calidad sino para que el local este en condiciones dignas. La pulcritud es su virtud.
Todos se muestran con un disfraz incorporado. Son héroes del siglo de las máquinas. Anónimos e incorruptibles. Los Batman y las Batichicas según el caso, que esconden su verdadera identidad y que no son publicados en las revistas de aventuras que se venden en los quioscos. El que aún compra se ensucia las manos, aquí no. Nadie corre ese riesgo. La empresa es totalmente aséptica. Nadie se lastima, nadie se contagia de los males del mundo posmoderno. Todos hablan sin escuchar y miran sin ver. Son más autómatas que el medio que los contempla. Yo uso, luego existo. Todos son libres de la libertad. Libres del dolor y de la muerte. Libres de la miseria de la humanidad. La política en definitiva es una circunstancia que a nadie interesa.
Pero algo pasó. Alguien salió a pescar desde otra isla paradisíaca. La carnada estaba allí. Mis ojos vieron ese nombre falso. Era rusa, pero con un buen manejo del idioma español. Le pregunte por algo que no recuerdo. Nos fuimos a encontrar a otro lado. Tan irreal como en el que nos conocimos. Allí estaba suspendida aquella frase que decía que miraba hacia el sur. Pregunte si la realidad tiene algo en común con los libros de las bibliotecas y me contesto que no. Con la misma delicadeza me escribió de que su nombre ruso no tenía descendencia, salvo el de un decir cariñoso. Con tan poco me alcanzó.
Me esforcé en que la línea que tiré una vez al mar volviera a mi con algo de ella. Historias de la vida real que me hablaran de sensaciones, de otras soledades tan distintas y tan parecidas a las mías. Pase días enteros esperándola. La finura del hilo de la esperanza es frágil y en muchos momentos pensé que se rompería.
Con muy pocas certezas me dispuse a correr tras la realidad como si el tiempo muriera mañana. Ahora su imágen diminuta está allí en la pantalla. Hay una extraña sensación que no puedo sacarme de encima (mal que les pese a las máquinas que nacieron para matar) y es la de saber, que en algún lugar del océano que nos distancia, alguien se sienta a la orilla de otra isla artificial para decirme que me necesita.
Que puede existir realmente una ventana abierta al viento.
Que el aire se hace menos pesado de respirar.
Que los periódicos, de esos que ensucian los dedos, puedan publicar que la vi a los ojos, que pude escuchar su voz y su respiración al lado mío.
Que pude temblar por la vida…
porque en definitiva…
ella dejo de ser
simplemente
una
imágen
en la inmensidad
de las cosas.
De Gustavo para Anuska (26 de julio de 2006)
Llegó otro invitado a la fiesta. Esta presa es compartida, dicen todos al unísono, ataquémosla, todos a ella o a él según el caso. Los hombres son mayoría, por lo tanto la oferta es buena y las mujeres pueden hacer negocio. Pero los productos que salen bajo la modalidad de oferta casi siempre carecen de calidad. Es parte de la lógica económica. Calidad y cantidad nunca van de la mano. Lo barato es caro en los tiempos que corren.
Pero antes hay que presentarse. Las buenas costumbres son así. Hola, hola a todos, como están todos, todos nadies contestan en concordancia, al igual que lo hace el otro recién llegado. Aparecen y desaparecen. Ha entrado a la sala, se ha ido de la sala, nos notifica un alguien más invisible que nosotros mismos. Un maleducado en éste caso. Convierte así, al que gozaba de colores a elección, en un ser reducido a letras en tonos de gris. Es el encargado de ordenar a los noveles escritores. No lo hace por la calidad sino para que el local este en condiciones dignas. La pulcritud es su virtud.
Todos se muestran con un disfraz incorporado. Son héroes del siglo de las máquinas. Anónimos e incorruptibles. Los Batman y las Batichicas según el caso, que esconden su verdadera identidad y que no son publicados en las revistas de aventuras que se venden en los quioscos. El que aún compra se ensucia las manos, aquí no. Nadie corre ese riesgo. La empresa es totalmente aséptica. Nadie se lastima, nadie se contagia de los males del mundo posmoderno. Todos hablan sin escuchar y miran sin ver. Son más autómatas que el medio que los contempla. Yo uso, luego existo. Todos son libres de la libertad. Libres del dolor y de la muerte. Libres de la miseria de la humanidad. La política en definitiva es una circunstancia que a nadie interesa.
Pero algo pasó. Alguien salió a pescar desde otra isla paradisíaca. La carnada estaba allí. Mis ojos vieron ese nombre falso. Era rusa, pero con un buen manejo del idioma español. Le pregunte por algo que no recuerdo. Nos fuimos a encontrar a otro lado. Tan irreal como en el que nos conocimos. Allí estaba suspendida aquella frase que decía que miraba hacia el sur. Pregunte si la realidad tiene algo en común con los libros de las bibliotecas y me contesto que no. Con la misma delicadeza me escribió de que su nombre ruso no tenía descendencia, salvo el de un decir cariñoso. Con tan poco me alcanzó.
Me esforcé en que la línea que tiré una vez al mar volviera a mi con algo de ella. Historias de la vida real que me hablaran de sensaciones, de otras soledades tan distintas y tan parecidas a las mías. Pase días enteros esperándola. La finura del hilo de la esperanza es frágil y en muchos momentos pensé que se rompería.
Con muy pocas certezas me dispuse a correr tras la realidad como si el tiempo muriera mañana. Ahora su imágen diminuta está allí en la pantalla. Hay una extraña sensación que no puedo sacarme de encima (mal que les pese a las máquinas que nacieron para matar) y es la de saber, que en algún lugar del océano que nos distancia, alguien se sienta a la orilla de otra isla artificial para decirme que me necesita.
Que puede existir realmente una ventana abierta al viento.
Que el aire se hace menos pesado de respirar.
Que los periódicos, de esos que ensucian los dedos, puedan publicar que la vi a los ojos, que pude escuchar su voz y su respiración al lado mío.
Que pude temblar por la vida…
porque en definitiva…
ella dejo de ser
simplemente
una
imágen
en la inmensidad
de las cosas.
De Gustavo para Anuska (26 de julio de 2006)
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