Crónica en azul añil
La fusta silbaba cortando el silencio. Descubrió sus hombros sin desnudarla, acarició su espalda y sus brazos con delicadeza y se alejó. El primer golpe la puso alerta, El jugaba con ese sonido viendo como se tensaba su espalda, gozaba observando los músculos en movimiento, paseaba, la miraba, disfrutándola. A El le gustaban los números impares, así fueron los azotes. Al finalizar, la fue desvistiendo mientras le susurraba que era suya.
Ató sus muñecas con cinta roja a la espalda, también sus brazos y sintió los bocados de dos pinzas aferradas a sus pezones, unidas por un cordel, del cual El tiraba a capricho, haciéndola gemir a la vez que nuevos azotes recibían su pecho y su vientre. Un solo movimiento y esas pinzas y un grito apagado cayeron. El acarició su cabeza y la besó, profundamente mientras Sus dedos jugaban con su sexo empapado y sediento.
Tumbada sobre la cama, El abrió sus piernas poniendo un vibrador para estimularla y dos pinzas, una en cada labio para que no olvidara a quien pertenecía esa excitación. Cuando llegaba a perder la noción, El las movía y ella gritaba de dolor, deseando que terminase.
Perdió la noción del tiempo, solo deseaba ser penetrada, poseída y lo suplicó sin pudor, como una perra en celo. El accedió, la tomó con fuerza moviendo sus cimientos, ahogando sus gemidos, inundando su cuerpo. Fue un instante de vértigo y un gemido ronco la sorprendió, temblaba, lágrimas caían al igual que su risa se ampliaba.
Desató las cintas, la cubrió con una sábana y le dijo: “Tienes tres minutos para lo que desees”. Y se fue. Ella no se movió, estaba en calma, satisfecha y plena.
Cuando, al cabo del rato, regresó, se tumbó a su lado y la abrazó cubriéndola de besos y caricias. Volvió a preguntarle: “¿Deseas continuar?” y ella, como en la ocasión anterior respondió con un escueto pero emocionado “Si”.

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