Una voz en el silencio,
no un grito, solo un murmullo.
Me habla de lo que soy,
y de lo que podría ser:
un juez sin toga,
un faro sin luz visible.
La conciencia,
un peso ligero y constante en mi pecho.
Mi ética,
el mapa sin tinta, solo líneas de principios;
decisiones tomadas en la quietud de la noche,
un camino elegido, pensado con y por el alma.
La raíz de mi ser, que el papel no puede dictar.
Y la vergüenza,
ese rubor caliente e incómodo,
un recordatorio de mi lugar entre otros seres.
Un freno necesario que no miente.
Sin ella, solo quedaría el vacío del cinismo,
el frío eco de la indiferencia,
un ser desprovisto de su propia humanidad.
Solo entonces, en esa ausencia,
el silencio dejaría de ser un murmullo
para convertirse en un grito ensordecedor.
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