El Imperativo del Canto de la Sirena
Hoy no celebro la constancia, sino el silencio.
Han pasado diez años desde la
última vez que mis dedos danzaron sobre este teclado; una década de marea baja,
diez años de deliberado olvido y dique seco.
Me sumergí. Fue una inmersión
consciente en las profundidades de la vida cotidiana. La sirena que soy eligió
las aguas frías de la rutina, y mi canto, ese que me define, quedó en suspenso.
Abandoné mi blog, mi atalaya.
Aun así, la pasión, mi melodía interna, persistió.
Fue una corriente subterránea constante, un recordatorio susurrante de que mi
esencia se resistía a dormir. Sin embargo, el peso de la inercia me mantenía
anclada en el abismo. El silencio se había convertido en mi hábitat, y el
retorno a la superficie parecía un esfuerzo monumental.
Pero la necesidad de
volver es un imperativo biológico del alma, no un capricho romántico. La melodía
brota ahora con una urgencia que no permite más demoras. Es una voz que ha
madurado en la oscuridad, cargada con la densidad de diez años de observación y
de vida no contada. Siento la pasión como una marea alta que me eleva y me
empuja hacia la luz. No es una emoción efusiva, sino una determinación tranquila
y firme.
El letargo ha terminado. Este es mi retorno. El momento de romper la
superficie, de respirar de nuevo y de reclamar mi lugar.
Durante años, he
sentido nostalgia, ese olor a salitre repentino en una ciudad de interior, un
recordatorio inesperado de lo que dejé atrás. Esos momentos, aunque esporádicos,
han sido la semilla que hoy, finalmente, germina en estas líneas.

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