Tengo un mapa dibujado en la piel,
que no se ve con luz del día.
Son las líneas finas de las noches sin dormir,
las coordenadas del primer corazón roto,
la fisura donde la confianza se quebró y sanó mal.
No son marcas de guerra, sino de arquitectura:
¿Cómo se reconstruye una misma
después de que el plano original fallara?
Cada línea, un idioma que aprendí a hablar
a golpes de silencio.
Aquí, el punto exacto donde dejé de esperar.
Allí, el cruce donde elegí el camino más difícil.
Soy un atlas de lugares donde fracasé rotundamente.
Mas... no lo cambiaría por la piel lisa
de quien nunca ha dudado.
Es la brújula, la senda que me enseña, a golpe de cicatrices,
dónde no volver a perderme.
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