La mentira
Gracias a los prepotentes, embaucadores, sinvergüenzas, mentirosos, cretinos, pobres de espíritu, egocéntricos, sin escrúpulos. Gracias por creeros el eje del universo, por ser tan visibles, por mostrar vuestras miserias.
Gracias pues sin vosotros, no existiría éste relato.
Para el, para ella, para ambos….
Era consciente que permanecer varado al filo de si mismo era romper el hilo entre lo real y la locura. Renegaba del ambiente que le condujo a todo esto. Demasiados cafés por la madrugada, interminables demostraciones de poder y entendimiento, ganancias a la nada en la excusa de soportar los rigores de la rutina. Un sordo rumor a inseguridad le fue ganando la partida desde aquella ocasión en la que bajó la guardia y se coló profundo en sus entrañas un sentimiento desconocido. Volcó esfuerzos en entender el mensaje que de puntillas atravesó su corazón y le partió sus ideas magistrales. Desde entonces no hubo descanso, luchó con desespero por apartar aquella imagen que sin permiso inundaba su vida, que aceleraba su pulso, que enmarañaba su alma y que amenazaba con instalarse en su cabeza.
Buscó remedios infalibles, recetas de buenas palabras y tejió con todo ello una impecable farsa que, convertida en señuelo, erigió con tono justo. Decidió que sus zapatos seguirían como hasta entonces reluciendo brillantes y que en su camisa no aparecerían manchas molestas de desolación pues no se pueden limpiar llevándolas a la tintorería. Obtuvo con su empeño la calma necesaria para seguir construyendo el engaño en que reposaba.
Hoy, pobre infeliz, vive escondido entre la gente con la aparente despreocupación que da la ignorancia. Con la convicción de haber logrado un triunfo ante si mismo sonríe al espejo que nunca refleja su mirada y si algún borrón nubla su paisaje, da media vuelta en la cama y pone a enfriar la almohada.
Buscó remedios infalibles, recetas de buenas palabras y tejió con todo ello una impecable farsa que, convertida en señuelo, erigió con tono justo. Decidió que sus zapatos seguirían como hasta entonces reluciendo brillantes y que en su camisa no aparecerían manchas molestas de desolación pues no se pueden limpiar llevándolas a la tintorería. Obtuvo con su empeño la calma necesaria para seguir construyendo el engaño en que reposaba.
Hoy, pobre infeliz, vive escondido entre la gente con la aparente despreocupación que da la ignorancia. Con la convicción de haber logrado un triunfo ante si mismo sonríe al espejo que nunca refleja su mirada y si algún borrón nubla su paisaje, da media vuelta en la cama y pone a enfriar la almohada.

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