La triste vida de un lápiz

Se sentía orgulloso de su posición pues brillaba como una estrella en aquella reluciente vitrina y coqueteaba con la gente seguro de sus miradas al pasar. Le gustaba su rutina aunque, en el fondo, también deseaba explorar un mundo desconocido para el.
Ese momento llegó el día en que un hombre joven y de aspecto pulcro lo observó por un largo espacio de tiempo, consultando su cartera y entrando en la tienda. La dependienta lo sostuvo un rato en sus manos, enumerando las maravillas que podría realizar si lo adquiría. Así, en un instante, fue envuelto con esmero en su cajita y llegó la oscuridad. Nunca había experimentado una sensación parecida, estaba algo asustado, no sabía qué sería de el en adelante pero a la vez le excitaba ésta nueva experiencia que iba a vivir.
Cuando de nuevo se hizo la luz, se encontró sobre un hermoso escritorio de madera clara y le recorrió un cosquilleo de satisfacción. Fue colocado en un sitio de honor, en un vaso de cristal desde el que controlaba toda la estancia, entre el ordenador y un sujetalibros con forma de sirena. Por el día, descansaba sereno viendo como pasaban las horas. Al llegar la noche, entraba aquel joven y lo mimaba entre sus dedos haciendo que surgieran sin aparente esfuerzo hojas llenas de versos.
Con el tiempo comenzó a notar que desde donde estaba a duras penas veía más allá de las paredes del vaso. Una noche el joven entró con una cajita similar a la suya y entendió aterrado lo que sucedía. Sin mucha ceremonia, lo agarró y fue a dar de un solo golpe a la papelera, desde allí escuchó el tintineo familiar del vaso cristalino e imploró estar de nuevo en su cómodo escaparate sin importarle un comino tener mas aventuras.
Ese momento llegó el día en que un hombre joven y de aspecto pulcro lo observó por un largo espacio de tiempo, consultando su cartera y entrando en la tienda. La dependienta lo sostuvo un rato en sus manos, enumerando las maravillas que podría realizar si lo adquiría. Así, en un instante, fue envuelto con esmero en su cajita y llegó la oscuridad. Nunca había experimentado una sensación parecida, estaba algo asustado, no sabía qué sería de el en adelante pero a la vez le excitaba ésta nueva experiencia que iba a vivir.
Cuando de nuevo se hizo la luz, se encontró sobre un hermoso escritorio de madera clara y le recorrió un cosquilleo de satisfacción. Fue colocado en un sitio de honor, en un vaso de cristal desde el que controlaba toda la estancia, entre el ordenador y un sujetalibros con forma de sirena. Por el día, descansaba sereno viendo como pasaban las horas. Al llegar la noche, entraba aquel joven y lo mimaba entre sus dedos haciendo que surgieran sin aparente esfuerzo hojas llenas de versos.
Con el tiempo comenzó a notar que desde donde estaba a duras penas veía más allá de las paredes del vaso. Una noche el joven entró con una cajita similar a la suya y entendió aterrado lo que sucedía. Sin mucha ceremonia, lo agarró y fue a dar de un solo golpe a la papelera, desde allí escuchó el tintineo familiar del vaso cristalino e imploró estar de nuevo en su cómodo escaparate sin importarle un comino tener mas aventuras.

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