Carta sin destino

enero 26, 2009 minerva 0 Comments

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Cuando se acaban las palabras, intentas buscar explicaciones en los hechos, en los gestos, en los silencios. Tu cabeza da vueltas girando sin descanso, sin control. No supones, no imaginas, ves realidades que te fustigan y unas marcas muy sutiles van quedando grabadas en tu corazón. Es como si infinitas agujas se clavaran en el alma llenándote de sangre, inundándola.
Comienza el tiempo de la desconfianza, el tiempo de ir soltando las amarras a ese puerto que considerabas seguro y desatas los apretados nudos que ciñen tu cuerpo, consciente de que es un camino sin retorno y por mas que retuerces tus entrañas por el dolor de no llevarlas, entiendes que no se puede vivir de los suspiros.
En ese momento, la tristeza se acomoda suavemente a sabiendas que no hay entrega posible y te haces preguntas sin clara respuesta pero que mitigan ese cansancio que comienza a ser familiar. Distraes tu mente jugando a ser fuerte, engañas al reloj trampeando minutos y lo buscas, aún con la certeza de estar errada, creyendo que aún es necesario en tu vida.
Y un día despiertas del letargo, no hay caricias ni deseos, no hay roces en la mejilla ni abrazos furtivos, no hay órdenes que cumplir, no hay humedades ni orgasmos. En su lugar, un océano repleto de paz, un cielo raso y limpio y un nuevo comienzo, con otras historias, hermosas, cobardes, vacías, alegres, tus historias para contar y, en definitiva, para continuar retomando tu vida.
Hasta siempre.

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