Era una noche fría de invierno, la lumbre de la chimenea estaba encendida dando calor y una luz tenue, especial a la gran habitación. Maravillas, de nuevo, se postró en el suelo al lado del sillón donde El se sentaba. Llevaba, como cada noche de entrega, su collar unido a la cadena pero ésta no se encontraba sujeta, El sabía que no necesitaba agarrarla puesto que Maravillas aceptaba con orgullo que El lo hiciera cuando y como deseara. También llevaba un vestido largo de terciopelo azul que destellaba con la luz de la hoguera, y, como El le había indicado, sin ropa interior.
El abrió un libro lentamente a la vez que Maravillas se acercaba y ponía una de sus mejillas en su rodilla distrayendo su mirada hacia el infinito dispuesta a imaginar aquello que El, son su hermosa voz, le iba a relatar.
El abrió un libro lentamente a la vez que Maravillas se acercaba y ponía una de sus mejillas en su rodilla distrayendo su mirada hacia el infinito dispuesta a imaginar aquello que El, son su hermosa voz, le iba a relatar.
Inició la historia....trataba de una Geisha, una Geisha muy especial, Yao-Mikai, sabedora de las artes de la sensualidad pero conoció a Harimoto-Togawa, el último de los shinzui, aquellos que los denominaban "los inmortales" porque habían llegado a conocer la vida eterna y descubierto la ausencia del dolor.
Yao-Mikai fue la única mujer con el valor suficiente para pedirle que compartiera el secreto con ella y Harimoto accedió mas Yao tuvo que comprometerse a superar las cincuenta pruebas del dragón alado.....
y cuales eran esas pruebas?- preguntó intrigada Maravillas. Paciencia, querida-respondió El-tendremos noches para relatar como Yao las superó una a una. Esta noche descubrirás la primera, lo deseas?
si, claro que lo deseo-susurró ella para disimular su impaciencia.
entonces...continuemos....,
La primera noche, coincidiendo con la primera luna de invierno, Yao fue requerida a la presencia de Harimoto. Cuando entró en la fortaleza cuatro soldados la prendieron llevándola a la pequeña placita que había en el centro. En cada esquina, cuatro columnas con la imagen del dragón mostraban la sombra de la noche.
Yao vio a Harimoto en la entrada del edificio...la miraba distante. A un gesto suyo, los soldados arrancaron sus vestiduras y las tiraron en el suelo, después, amarraron sus muñecas y sus tobillos con fuertes cuerdas de cáñamo.
Yao vio a Harimoto en la entrada del edificio...la miraba distante. A un gesto suyo, los soldados arrancaron sus vestiduras y las tiraron en el suelo, después, amarraron sus muñecas y sus tobillos con fuertes cuerdas de cáñamo.
Al oír eso, Maravillas suspiró. El la miró, le cogió suavemente de la cabeza y le dijo-levántate-. Obedeció inmediatamente mirando al fuego, El lentamente se acercó descubriendo sus hombros y parte de la espalda y, sin mediar mas palabras, la azotó siete veces. Ella no gimió ni una vez. Al finalizar, Maravillas le dio las gracias y subió de nuevo los tirantes del vestido, para volver a ponerse a los pies del sillón y escucharle de nuevo....
Los soldados ataron cada uno de los cabos a las columnas y empezaron a tirar de ellas, hasta que hicieron caer a Yao en el suelo. Quedó finalmente suspendida boca abajo en el medio de la placita y cada uno de sus miembros, sujeto y tensado apuntando a las columnas. Su cabello, negro como el azabache, caía rozando el suelo y el frío hacía que el sudor de su piel se transformara en escarcha.
Comenzaron a flagelarla con pequeños y finos látigos. A cada azote, sus músculos se dolían y su cuerpo se estremecía. Eran látigos que nunca había visto antes. Estaban hechos de un raro vegetal que prácticamente no dejaba señales en la piel pero que el furor del golpe hacía que temblara una vez tras otra. Cada soldado le propinaba siete latigazos en una parte del cuerpo y esperaban hasta que contaban siete lágrimas de Yao caídas en la fría losa. Todas y cada una de sus partes del cuerpo, salvo la cabeza, fueron azotadas y no una, sino varias veces.
Comenzaron a flagelarla con pequeños y finos látigos. A cada azote, sus músculos se dolían y su cuerpo se estremecía. Eran látigos que nunca había visto antes. Estaban hechos de un raro vegetal que prácticamente no dejaba señales en la piel pero que el furor del golpe hacía que temblara una vez tras otra. Cada soldado le propinaba siete latigazos en una parte del cuerpo y esperaban hasta que contaban siete lágrimas de Yao caídas en la fría losa. Todas y cada una de sus partes del cuerpo, salvo la cabeza, fueron azotadas y no una, sino varias veces.
y ella?-preguntó Maravillas sin poder resistirse. Ella seguía en silencio-respondió El-aprendiendo el valor de cada lágrima que ofrecía a Harimoto.
Así estuvieron hasta que la lágrima de brillo de luna apareció, era una lágrima que a diferencia de las otras, brilló con luz propia. Harimoto hizo un gesto y cesaron los latigazos.
Se acercó a ella y ésta le dijo...Mi Señor, deseo ser la puta de éstos soldados que me azotan. El se retiró lentamente y dijo: así sea. Los soldados la liberaron de la de las cuerdas y ella, uno a uno, fue entregándose a sus deseos mientras Harimoto la observaba…
En ese momento, El dijo a Maravillas -qué has aprendido de Yao hoy?- y ella, mirándole fijamente a los ojos le dijo -he aprendido que el camino puede parecer a veces largo y extraño, pero por mas extraño y largo que parezca debo permanecer libre-.
El le dijo -buena apreciación, querida-. Mientras le mostró su miembro enhiesto. Ella lo tomó rápidamente en sus labios y le ofreció la humedad de su boca.
Así prosiguió hasta que El con un leve gesto de sus dedos le retiró la cara de su miembro y le dijo -Ven-. Tomó sus muñecas y las ató a dos fuertes correas de cuero. A continuación, hizo lo mismo con sus tobillos, atándolos a su vez a una barra de madera mientras que las correas de las muñecas quedaron suspendidas a dos argollas del techo. La desnudó y recibió una séptima parte de los azotes que recibió Yao.
Maravillas tampoco dijo nada pero algunas lágrimas de emoción resbalaron por sus mejillas. Al final, le dijo...lo siento Señor, ninguna de ellas ha tenido brillo de luna, a lo que El respondió...algún día, querida, brotará. Y ese día, serás libre.
Así prosiguió hasta que El con un leve gesto de sus dedos le retiró la cara de su miembro y le dijo -Ven-. Tomó sus muñecas y las ató a dos fuertes correas de cuero. A continuación, hizo lo mismo con sus tobillos, atándolos a su vez a una barra de madera mientras que las correas de las muñecas quedaron suspendidas a dos argollas del techo. La desnudó y recibió una séptima parte de los azotes que recibió Yao.
Maravillas tampoco dijo nada pero algunas lágrimas de emoción resbalaron por sus mejillas. Al final, le dijo...lo siento Señor, ninguna de ellas ha tenido brillo de luna, a lo que El respondió...algún día, querida, brotará. Y ese día, serás libre.
La desató y la cubrió de nuevo, llevándola al lado del fuego donde se quedó dormida en una pequeña cama que El le había preparado no sin antes quitarle la cadena y el collar y besarle en la frente.
Buenas noches, Maravillas, le dijo.
Gracias mi Señor, respondió ella.
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