Superman
Me acuerdo del profundo color a cielo despejado de los ojos de aquel Superman que cautivó mi adolescencia. Ignoro si certeras pinceladas de los primeros efectos especiales se plasmaron en ese magnífico plano frontal del héroe de cómic que saltaba a la pantalla, no importaba. Poder ver en acción al hombre de acero que cruzaba el cielo de la ciudad de Metrópolis, tuvo un significado mucho mas profundo que intentaré explicar.Hacía poco que con mi madre y mis hermanos me había mudado de un pueblo isleño a una capital andaluza. El cambio fue notable. Las costumbres, los horarios y el invierno que de repente apareció llenando los armarios de abrigos y las camas de mantas, transformaron mi casi inexplorado mundo. En la rutina aislada que mantenía en la isla, me centraba en ir al colegio y volver a casa a estudiar, así era y no cabían motines, mi padre jamás los hubiera permitido. Los fines de semana se abría la veda después de almorzar ya que por las tardes no había sesión de estudio y podía ir a jugar. Los hermanos, juntos, solos, inventábamos en esas escasas horas mundos mas amables. No cabe duda que la imaginación y el ingenio se agudizan por necesidad.
En un ambiente tan carente de emociones, los libros supusieron ventanas abiertas, reflejos de historias que me permitían escapar de la tristeza. El cuarto de lectura siempre fue un secreto de hermandad que debía seguir manteniéndose como tal. Para ello, como mucho entrábamos dos y, pasado un tiempo, solidarios, dejábamos el turno para el resto. Era difícil no caer en la tentación de estirar los minutos pero también era consciente de no traspasar la raya. No había ingenuidad en mis actos.
Cuando volamos hacia esa nueva tierra acababa de cumplir catorce años. Tremenda época de vaivenes emocionales, de insatisfacciones personales y, es justo decirlo, de un pavo brutal que enmarcaba muchas de mis actitudes. Pero, si algo puedo recordar con nitidez absoluta e inmensa felicidad, fue que disfruté por primera vez de la libertad. Palabra en principio sencilla que flotaba en el aire, que se encontraba alejada, que revoloteaba sin mucho sentido y que, de repente, sin aviso, me regaló su magia. Y hubo libros sin escondites, música sin censura, hubo sesiones de películas en casa y cine, mucho cine.
Christopher Reeve enfundado en su traje azul inauguró mi vida cinematográfica. En una sala enorme, antigua y maravillosa ya derribada hace años y sustituida por varias salitas incómodas, despersonalizadas, en esa sala, digo, existía la llamada sesión continua, un invento magnífico que se fue al traste para pena de muchos. Una tarde llevé a mis dos hermanos pequeños, los tres flotábamos de satisfacción, cada cual por distintos motivos. La película, comparada con las actuales, tal vez no es la mejor en su género. A mi, seguro que influenciada por la nostalgia, no deja de parecerme tierna. El caso es que la vimos emocionados, en el más absoluto silencio, con los sentidos bien puestos en cada escena, vibrando con cada secuencia. Al finalizar y aún saliendo los famosos créditos brillantes en tres dimensiones, no se qué artes utilicé para convencerlos o quizá la emoción del momento no les dejó pensar serenamente, pero logré que nos quedásemos a verla de nuevo. Superman, incansable, seguía defendiendo a los ciudadanos de la villanía y yo, impaciente, esperaba el momento de ver por unos segundos sus ojos de un azul tan intenso que parecía irreal. La espera, como la primera vez, mereció la pena, al menos para mí. Aunque, al encenderse las luces, descubrí que el más pequeño, capitán de un barco pirata en sus ratos libres, se había quedado dormido y no creo que soñando con la mirada marítima de mi héroe, presumo que más bien con la ilusión de llevar esa capa roja algún día.

0 Miradas al Sur:
Publicar un comentario