Relato de un susurrador
"El siguiente relato no es mio, es la fantasía, el sueño de un susurrador, un regalo lleno de sensualidad....gracias nuevamente".
La niebla caía acariciando su pelo, diminutas gotas se formaban y perlaban las mejillas. En el sendero resonaba el crujir de las hojas contra la gravilla, pequeñas piedritas blancas de aristas puntiagudas, mojadas, brillantes al pálido resplandor de la luna acolchada por esa niebla. En seguida el ensoñamiento voló. Otro día, otra hora, la misma senda, sus pechos desnudos ofrecidos a unas manos llenas de esas piedras caprichosas que acariciaban, mordían, presionaban las tetas marcándolas en dulce caricia, una prolongada presión que a cada momento le recordaba su lugar.
La humedad y el frío le devolvieron a la noche, continuaba caminando despacio en medio de una turbia realidad… empezó a soltar sus prendas, la camisa cayó, las ordenes eran precisas: “Cada minuto caerá una prenda y pararás donde quedes completamente desnuda”. La piel comenzaba a erizarse, los pezones pugnaban por salir de la tela presionándola, mostrándose erectos bajo ella.
La falda quedó prendida de un arbusto, la excitación crecía, el frío no impedía que el coño se mojase cada vez mas, “¿dónde pararía?, ¿dónde terminaría ese camino?”.
Las medias envolvían unas piernas que deseaban pisar descalzas, los zapatos quedaron atrás, “demasiado tacón para ese firme”, pensó. Bajó unos centímetros que le hicieron perder algo mas de su dignidad, veía como a cada paso los agujeros crecían en las plantas de los pies, ya no estaba tan mona, había abandonado parte de su entereza, vagando semidesnuda, en la fría noche…
El sujetador perdió su presión y la niebla pareció disiparse un momento en el claro del bosque por el que pasaba, la luz brilló blanca y reflejó en los senos desnudos su rabia contenida, su placer.
“Casi no quedan prendas, las bragas y las medias, y no escucho nada, no veo nada”. Empezó la incertidumbre… “¿y si no está?, ¿y si solo es un castigo y me quedo aquí en medio de la nada, sin luz, borrada de la realidad?”. El coño palpitaba, quería frotarse como saben hacerlo las perras pero no estaba en las ordenes, el no poder hacerlo solo aumentaba su celo… ¿dónde estaban tantas horas de entrenamiento, tantos días de aprender a controlarse?, no servía, ahora no, solo ella, la senda, los pensamientos y el celo que crecía. Las carreras de las medias permitían ver mas piel que tela pero aun se resistía a abandonarlas, rasgó la derecha quedando en unas rocas.
Las piedras se clavaban en las plantas de los pies y continuaba ciega, sorda, por una serpenteante senda sin final. Quitó la otra media que quedó enganchada en un espino, rozó con el dedo una rama y sintió un dolor punzante agudo, “¡Qué maravilla!, algo de realidad, algo tangible, el dolor es real, soy real, existo, no es una pesadilla ni un sueño, mi coño rezuma, palpita, quiere ser tocado, usado, agarrado, presionado, follado”.
La última prenda tirada sin mas, abandonada en la nada…Dejó de sentir frío, la piel comenzaba a tornarse roja, caliente, la humedad se evaporaba, subía y se mezclaba con la que ya existía. Justo donde paró, un tronco caído como un potro, revolvió aun mas sus tripas, el celo salía sin tocarse, la piel áspera le recordó “cuando llegues sabrás donde te recostarás”. El pecho sobre la superficie dura, notaba como la corteza del pino negro raspaba, su piel, el vientre, las tetas. Con un impulso quedó colgada, los pies rozaban tímidamente el suelo, el culo en pompa, ofrecido. Aun no oía nada, la maldita niebla amortiguaba cualquier sonido, ni luz, ni brillo, ni gritos, solo su piel que se abría con cada movimiento intentando guardar estabilidad y el coño no dejaba de supurar, su sucio celo, “qué perra. qué puta soy, si ni tan siquiera me toco y chorreo, solo obedeciendo, solo eso sirve para hacer que me moje”. Un silbido rompió el aire, la quietud parecía un alarido en busca de su objetivo y un ruido seco fue su respuesta, un gesto inesperado y los labios mordidos, aguantando una queja que no debía salir, una fina línea azul en las nalgas, otro silbido, su respuesta hueca y otro fina línea en los riñones. Los sonidos se tornaron melodía y una presión comenzó a abrir su culo que engulló, tragó y se abrió hasta recoger todo el liquido blanco que el quiso soltar. Después agarró el coño con fuerza, con la mano, presionándolo en una caricia demoníaca y le permitió correrse, una, dos, tres veces en medio de la nada, un paisaje sin siluetas, un bosque que resplandecía en un turbio blanco...
Encogida sobre su regazo, acurrucada bajo una manta que les tapaba a ambos mientras besaba su pelo y lo acariciaba, desenredando una niebla que se resistía a marchar.
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