RETRATO I (con brocha gorda)

diciembre 20, 2008 minerva 0 Comments

Tenía ojos de niño extraviado, grandes, profundos... Su mirada transmitía una tristeza inexplicable. Casi nunca sonreía, quizá la vida le había borrado las ganas o los años le dejaron sin excusas para ello. Esquivaba torpemente al dolor que se había instalado a vivir en la casa. Y en su rostro, la sombra perenne de la incomprensión y del sufrimiento.
Lloraba cuando caía la noche, tapando su boca con la almohada para no escucharse, reprimiendo sus gemidos y revolviendo entre los recuerdos, intentando olvidar que estaba solo.
Era un hombre bueno, tranquilo, rico en ambiciones que fueron una a una aplastadas por sus miedos. En sus cuentos infantiles fue un gran héroe y nunca supo cómo hacer para volver a ellos sin romper sus alas de pequeño pajarillo sin fuerzas.
Hubo sueños e ilusiones, esperanzas de mejorar su mundo, mas los miserables lo fueron dañando, traicionando en sus creencias, haciendo que la duda prendiera de su alma como una fiel compañera de viaje.
No hablaba demasiado. Cada día, al salir a la calle, se colocaba ante el espejo del pasado su careta impenetrable asistiendo por unas horas al teatro de la vida, en un papel creado a medida, dejando tomar café al dolor y la duda en la cocina. Sabía que a su regreso, estarían esperando impacientes para cargar en su espalda el peso de la angustia.
Estaba perdido cuando lo encontré vagando en busca de un rumbo certero que lo llevara despacio hasta la felicidad. Aún sigue en ello.

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