viernes, 12 de diciembre de 2008

El barrio Gótico de Barcelona

El barrio gótico es como una isla dentro de la ciudad. Imaginemos una isla pequeña, bien comunicada, que esta muy cerca y a la que puede llegarse fácilmente, paseando, sin afrontar a las olas, teniendo unas fronteras bien marcadas, como tienen las costas de las islas que presumen serlo.
Traspasar estas fronteras por cualquiera de sus puntos significa la inolvidable experiencia de entrar en un mundo distinto. La ciudad apresurada y ruidosa está ahí mismo, pero queda lejos incluso en el espacio y en el tiempo.
Al entrar en el barrio gótico moderamos el paso experimentando una paradójica impresión que es difícil definir: oímos el silencio. No se trata de un silencio total, pero los sonidos ya no son ruidos: nos llegan aterciopeladamente. Ejercen una marcada acción sedante. Reencontramos un sonido de campanas olvidado, que señala unas horas o llama a los fieles, con una discreción de bandajos antiguos que aprendieron a no ensordecer a nadie. El pasado se nos torna presente en un momento, y es un pasado que reconforta, diríamos que es lo que nos hace bien.
El barrio gótico también fue culpable de pecado de las piedras que cubren otras piedras puesto que justo debajo de él están los restos de la Barcelona romana que, por más que cueste reconocerlo, ha perdido su capacidad de lección viva.
Quizá se deba al hecho de que quedó sepultada y ya no le alcanzara la luz mediterránea.

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