El cuarto de hora

noviembre 08, 2008 minerva 0 Comments

Desprovisto de paraguas, sin abrigo en esa noche helada, apareció como lo hacen los fantasmas. Demudado el rostro, el cuerpo agotado. Arrastrando el paso se acercó con lentitud hasta mi alma. Su garganta no pronunciaba sonido alguno, de sus ojos comenzaron a brotar espesas lágrimas y sentí que me inundaba en ellas, atragantada, sin fuerza para contenerlas. No era yo la mejor destinataria, no sabría cómo hacerle olvidar otra madrugada poblada de fracasos pero no me atreví a decir nada, confiaba en mi, por ello nos encontramos sentados al filo de la nada.
Recorrimos un sendero de palabras, intimando a cada paso, dando puntapiés a los necios que en el camino nos asaltaban sembrando dudas y enredos, divertidos al intentar jugar con nuestras sombras, complacidos con los silencios que mas nos aproximaban. Es muy cierto que esos nunca descansan.
Ya oculta la luna, ya desnudos de la amarga costra de la vergüenza, compartimos el espacio y hubo risas y suspiros y hubo lejanías y encuentros. También existieron canciones que nos unieron sin piedad, recuerdos flotando en el aire, ensoñaciones extraviadas por los hilos de la modernidad y un insistente café a medias que esperaba, paciente, el paso de ese tren hacia no se sabe qué destino.
Nos buscamos sin pretenderlo para no terminar en soledad, nos hallamos por necesidad, nos unimos por expreso deseo de nuestros corazones y todas aquellas ansias se fueron transformando en oscuras pesadillas de abandono pues un cuarto de hora pasa en un suspiro y aquel, en realidad, no fue menos.

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