Hoy no celebro la constancia, sino el silencio.
Han pasado diez años desde la
última vez que mis dedos danzaron sobre este teclado; una década de marea baja,
diez años de deliberado olvido y dique seco.
Me sumergí. Fue una inmersión
consciente en las profundidades de la vida cotidiana. La sirena que soy eligió
las aguas frías de la rutina, y mi canto, ese que me define, quedó en suspenso.
Abandoné mi blog, mi atalaya.
Aun así, la pasión, mi melodía interna, persistió.
Fue una corriente subterránea constante, un recordatorio susurrante de que mi
esencia se resistía a dormir. Sin embargo, el peso de la inercia me mantenía
anclada en el abismo. El silencio se había convertido en mi hábitat, y el
retorno a la superficie parecía un esfuerzo monumental.
Pero la necesidad de
volver es un imperativo biológico del alma, no un capricho romántico. La melodía
brota ahora con una urgencia que no permite más demoras. Es una voz que ha
madurado en la oscuridad, cargada con la densidad de diez años de observación y
de vida no contada. Siento la pasión como una marea alta que me eleva y me
empuja hacia la luz. No es una emoción efusiva, sino una determinación tranquila
y firme.
El letargo ha terminado. Este es mi retorno. El momento de romper la
superficie, de respirar de nuevo y de reclamar mi lugar.
Durante años, he
sentido nostalgia, ese olor a salitre repentino en una ciudad de interior, un
recordatorio inesperado de lo que dejé atrás. Esos momentos, aunque esporádicos,
han sido la semilla que hoy, finalmente, germina en estas líneas.
Hola a todos (si es que queda alguien por aquí),
Hace tanto tiempo que no pasaba por este rincón que, al entrar hoy, he sentido como si me hubiera colado en el diario de otra persona. Una persona que me resulta curiosamente familiar, pero a la que, sinceramente, ya no reconozco del todo.
El tiempo pasa, y con él, cambiamos. Es una verdad universal, supongo, pero es diferente leerlo en un libro que verlo plasmado en tus propias palabras de hace años. Recorrer las entradas antiguas ha sido un ejercicio de arqueología personal. He leído sobre sueños, miedos y pasiones que, en su momento, lo eran todo para mí. Algunas de esas cosas siguen siendo parte de quien soy, pero muchas otras se han desvanecido, sustituidas por nuevas experiencias y, admitámoslo, una perspectiva de la vida muy distinta.
La persona que escribía entonces era más... ¿ingenua? ¿apasionada? ¿quizás un poco de ambas? Me sorprende su intensidad, su forma de ver el mundo en blancos y negros tan definidos. Hoy, la paleta de colores es mucho más compleja, llena de matices grises y de una calma que entonces no poseía.
¿Por qué volví?
Ni siquiera estoy segura... Tal vez sea la nostalgia, o quizás la necesidad de conectar con esa versión anterior de mí misma, de entender el camino que me ha traído hasta aquí. Este blog es un registro de mi evolución, un mapa de las tormentas y las calmas que he vivido.
Volver a este espacio me ha hecho reflexionar sobre la naturaleza del cambio. A veces pensamos que somos seres estáticos, pero la realidad es que estamos en constante movimiento. Nos adaptamos, aprendemos, olvidamos y volvemos a aprender. Y está bien. Es parte de crecer.
No sé si esta será una entrada puntual o si volveré a escribir con más regularidad. Pero, por ahora, solo quería saludar a esa extraña del pasado, darle las gracias por las lecciones aprendidas y tomar las riendas de este blog, que ahora, poco a poco, vuelve a sentirse un poquito más mío.
Gracias por leer (si todavía hay alguien ahí fuera).
Con gratitud y una pizca de asombro,
minerva
Temblor,
palidecer de deseo
contando los minutos
para enroscarte en su espalda,
ceñida a su cintura.
En ese instante,
las palabras son murmullos que nos llevan
a ninguna parte.
Dos cometas vibrando en el cielo
enredados sus cordeles
desafiando al sol.
Temblor,
desnudar los instintos
viajando por su cuerpo
sin pasaje de vuelta.
No me arrepiento de los monstruos encerrados
en mi armario
tampoco de las sombras bajo la cama
rondando la oscuridad.
Lo que no sé,
es cuántos he creado por miedo o cuántos he dejado escapar
por torpeza,
sin nunca averiguar
el por qué me acechaban sin atreverse jamás
a hablar.